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Las parábolas de la Gracia parte 2

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Las parábolas de la Gracia parte 2

Tres parábolas en una

Al examinar las enseñanzas de Jesús, la primera cosa que advertimos es que no hay más que una sola parábola en lugar de tres. Lucas claramente dice: «Entonces él les refirió esta parábola». Y todo lo que les enseñó, de principio a fin, constituyó una parábola.

Podemos hablar con toda propiedad de tres parábolas, si recordamos que en último análisis, las tres constituyen un tríptico. No puede haber ninguna verdadera interpretación de lo que Jesús enseña, si se omite cualquiera de ellas; las tres son necesarias para la revelación del pensamiento del Señor.

Adelantándonos un poco, y resumiendo, podemos decir que el tema único de la parábola, es el de la gracia de Dios. Si se nos objetara que la palabra gracia no se encuentra por ninguna parte, diríamos como respuesta que aun cuando no se encuentra precisamente aquel término, el hecho de la gracia está latente desde el principio hasta el fin.

De esta manera la parábola tuvo por objeto enseñar a estos directores espirituales, algo de la verdad más profunda con respecto a Dios. Ellos conocían Su justicia; ellos conocían Su rectitud; ellos conocían Su santidad; pero no conocían Su gracia. Ésta era la que Jesús les estaba poniendo al descubierto, y al mismo tiempo, si tenían ojos para ver, les estaba revelando la verdad acerca de la gente a quien ellos tenían en menosprecio; les estaba haciendo ver que si tal gente no tenía lugar en el corazón de ellos, sí lo tenía en el corazón de Dios.

Cosas perdidas y cosas halladas

La parábola se divide naturalmente en tres partes, mostrando primero a un pastor que sufre en la búsqueda de su oveja perdida; luego a una mujer que busca una moneda perdida hasta que la encuentra; y finalmente a un padre que canta de alegría cuando su hijo regresa al hogar.

Hay unidad en la parábola en el hecho de que trata de cosas perdidas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido.

La parábola también destaca el valor del individuo sobre la masa; aunque es cierto, y debe recordarse siempre, que él amó a la humanidad en la multitud, no debe perderse de vista que en esta ocasión él piensa en el individuo: un hombre que ha perdido una oveja; una mujer que ha perdido una moneda; un padre que ha perdido a un hijo. De esta manera se exalta el valor del individuo; y en la medida en que esto se reconozca, se podrá apreciar mejor el valor de la multitud.

La parábola no trata solo de cosas perdidas, sino de cosas perdidas que se buscan, de cosas perdidas que se hallan, y de cosas perdidas que se restauran. El pastor busca la oveja; la mujer busca la moneda; pero aquí hemos de hacer una pausa, porque el padre no busca al hijo, sino le recibe cuando el hijo lo busca.

El Hijo como el buen Pastor

Es de suyo evidente que en una perspectiva tan general como es ésta en que nos estamos colocando, solo podemos ver la parábola en bosquejo. Al hacerlo, contemplemos primero el cuadro del Pastor.

Todos los que leen esta narración están de acuerdo en que aquí tenemos un cuadro del mismo Hijo de Dios. Él ya había usado esta figura de lenguaje antes; la empleó cuando instruía a sus discípulos en Cesarea de Filipo después de la confesión de Pedro (Mat. 16); y después, en la controversia que tuvo con sus enemigos al darles razón de lo que había hecho con el hombre ciego de nacimiento, habló de sí mismo como del «buen Pastor», declarando lo que eso significaba en relación con su misión.

En esta parábola, en términos generales, él emplea la misma figura de lenguaje. El método estuvo caracterizado por la sencillez; y no obstante, a la luz de todos los hechos y de la interpretación a que se ha hecho referencia, la cual se encuentra en Juan capítulo 10, apenas conocemos algo de lo que tal actitud pastoral significó.

De esta manera, en la primera parte de la parábola, él estaba interpretando su misión; misión que consiste en buscar a la oveja perdida.